Blog de danza y otras cosas de Yolanda Vázquez

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Dos personas que abrochan

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He de trasladaros la historia de estos dos: la que vivieron mientras (les) duró la danza. O sea, mucho. Una relación que los elevó al Olimpo, cierto, y gracias a la cual se dieron cuenta de lo que realmente fueron capaces de hacer el uno por el otro; el poder de su eclipse todavía sigue siendo un reflejo. No quiero pasar sin hacerlo. Y creo que tampoco debo. Sigo su ejemplo, ellos quisieron y se abrocharon.

 

Nunca estuvo muy claro; mejor dicho, nunca quedó claro si entre Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn hubo un romance. Pero lo hubo. Eso es seguro. Y no fue un romance cualquiera, porque sucedió lo extraordinario. Fue la mejor relación posible de las que podían darse entre una persona como ella, que a sus 43 años estaba a punto de retirarse, y un joven que había desertado y pedido asilo político en el París de 1961, en plena Guerra Fría, para no volver a la Unión Soviética de Nikita Kruschev, un régimen que ordenó su asesinato poco después, según se supo años más tarde al abrirse los archivos secretos del KGB. Una coreografía, Romeo y Julieta, y el Royal Ballet de Londres hicieron el resto.

Sucintamente diremos, para contar un poco cómo eran ambos, que Nureyev fue hombre de locuras temperamentales, de arrebatos sin venir a cuento, de lío interior, de miedos. Un hombre difícil; mucho, con querencia por el riesgo y la excentricidad. Y todo ello siempre acompañado por la zozobra que le producía el conflicto personal causado por su orientación sexual, alimentada, además, por su promiscuidad y su mal genio. Un ser tremendo. Igual que su talento. Tártaro.

En cuanto a Margot Fonteyn, gran dama del clásico en el XX, era personalísima en la interpretación del ballet, tanto que “tenía la cualidad de hacerle a uno querer llorar”, dijo de ella su primer partenaire, Robert Helpman. Tuvo rendidos a sus pies a coreógrafos como Frederic Ashton, que creó sólo para ella varias obras, convirtiéndola en su musa durante 25 años. Una mujer dulce y delicada, pero con firmeza y sensibilidad; el binomio perfecto para la poética gestual y el movimiento interpretativo.

 

 

_47690723_ballet(Imagen: http://news.bbc.co.uk/2/hi/in_depth/8637041.stm)

 

 

Cuando ellos dos bailaban se producía transferencia emocional. Era tal el efecto que causaban en el público internacional, que a menudo no podían abandonar la escena antes de saludar una docena de veces. O incluso cuarenta, como ocurrió en una ocasión. Fue tras su Romeo y Julieta en Viena.

Números y éxtasis al margen, la realidad era la que era: ellos vivieron un romance dentro y fuera de escena que les duró más de una década; y eso a pesar de que los dos tenían familia y pareja. No pudieron desprenderse de ello, no querían y tampoco sabían cómo hacerlo. (Para quien expresa con el cuerpo impostar es muy difícil. Casi imposible) Ella fue amante, consuelo y compañera; él, fragor, contrapunto y preocupación. Su fidelidad resistió el paso del tiempo, aunque Fonteyn tenía 19 años más que Nureyev. Margot halló en Rudi un mundo de desasosiego y dolor que supo templar, instruyéndole para que la danza creciera en él como una forma de felicidad consistente en entregar sentimientos a los demás. Y él, atribulado, perdido y huraño, se dejó hacer porque encontró lo que tanto ansiaba, exigencia y bálsamo, tranquilidad y nervio maduro, en alguien que entendió sus extravagancias y supo darles valor de equivalencia dentro y fuera de su persona para que no se desbocaran. Eso hizo fluir su talento sin miedo, sin postura; solo talento, desnudo. (Nureyev alcanzó a ser Nureyev gracias a ella).

Y todo ello, sin querer y con naturalidad, salía a flote cuando bailaban. Sus ensayos estaban envueltos en un silencio casi sepulcral; rodeados de frío, desprendían un calor insoportable. Las miradas sobre ellos eran fijas, igual que su aura no verbal, que casi se podía tocar. Generaciones enteras de bailarines y bailarinas se marchitaron entre bastidores y desistieron de alcanzar algún papel protagonista mientras aquellos dos fueran como uno en la danza. Pura transferencia.

“No tengo ni la más mínima duda de que Nureyev fue el gran amor de su vida”, dijo, años después, Tony Palmer, el director del programa de televisión en el que Fonteyn habló de su carrera. Nureyev murió de sida en 1993, en París, y conmocionó al mundo con su decisión de no tratar la enfermedad. Sabiéndose moribundo, siguió apareciendo en público, pese a su profunda degradación física. Antes de morir, el bailarín dijo en una entrevista que sólo había amado a tres personas en su vida: dos hombres y una mujer. Ella, la mujer, Margot Fonteyn, había muerto sola en Panamá dos años antes.

 

 

Margo Fontayn. Del albúm Ballet. de Art. Facebook. Organización sin ánimo de lucro.Dentro de ella está él.

(Imagen: Art of Facebook. Organización sin ánimo de lucro).

En youtube desde el 3/01/12. Danaekleida. Extracto del documental sobre la vida de Nureyev que realizó la BBC en 2007.

[youtube=http://www.youtube.com/watch?v=SL-GG-KjQgI]

Leyendo ballet con Shakespeare, Prokofiev y MacMillan (I)

Existe la falsa creencia de que para entender la danza clásica es necesario conocer su abecedario, el código que permita descifrar la lectura y comprender qué es lo que nos están contando. Esta extendida creencia actúa como prejuicio, pone orejeras e impide contemplar de un modo sencillo y natural lo que vemos cuando estamos en un teatro, vemos danza en un audiovisual, en exteriores o incluso en mitad de la naturaleza. Y también dificulta la comprensión de otra cosa: qué quiere decir el cuerpo cuando se mueve y se expresa.

Es verdad que el ballet clásico se rige por una exigente técnica que debe enseñarse desde la infancia (posiciones y serie de pasos con nomenclatura propia); pero eso no quiere decir que sin conocerlos no podamos entender la danza. Eso no es cierto. Y también se hace necesario decir que no todo lo que se dice danza, así en abstracto, tiene por qué estar contándonos algo, es decir, tener argumento. De momento, ha de bastarnos con esto para poder empezar a bailar.

Así, de mano, siempre que se habla de ballet clásico desde fuera se piensa, casi de forma automática y refleja, en cisnes y en vueltas con un pie apoyado a la altura de la rodilla de base (Pirouette: passé, relevé). Eso está bien; así, por lo menos, los amantes de la danza ya tenemos algún terreno ganado…  Pero se me ocurre que la forma más fácil de acercarse sin aprioris ni miedos estereotipados al estilo clásico, y disfrutarlo plenamente, es coger un tema que por su universalidad sea conocido de todos fuera del arte de la danza y sobre el que cada uno se haya formado su propia idea, sea ésta cual sea. Es decir, que nos resulte un lugar común y familiar desde siempre, algo así como un standard pero sin serlo en realidad. Para ello he acudido a Shakespeare, a Prokofiev y a Macmillan, poeta, músico y coreógrafo, respectivamente. Y también a la idea del amor; en este caso, la del amor romántico. Así que éste es el tema y ésta la escena. Hoy nos toca bailar con Romeo y Julieta.

 

Imagen de Cecilia Molano

Cecilia Molano. http://ceciliamolano.com/tag/chejov/

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