Con el cuerpo también leemos la mente. Siempre ha sido así, desde el origen. No difiere de cuando éramos animales sin lenguaje, sin habla, y nos olíamos unos a otros para sabernos. Antes que nada somos instinto, solos o en manada. Supervivencia. Eso de momento no ha cambiado, seguimos humanos. Existo para desear que eso no cambie, para recordarlo en periodo de entreguerras. Porque, en ocasiones, bailar solo o con alguien es un ejercicio de memoria, un encuentro con los que ya se han ido. Y más aún: con lo que aún no es pero va a empezar a ser gracias a la danza. Entonces, la herramienta, el danzante, se hace sustancia, se materializa en danza. Pura danza. Y el lenguaje deja de ser código para convertirse en forma abierta que suministra a cada uno lo que necesita.

Nuestro sitio es entreguerras.

Espesados en lo amniótico,

cambios moleculares se suceden hasta el óbito.

De lo humano, animal.

Posguerra fecunda

preña

célula de ensayo artificial.

Horizonte alumbra

qué otredad

diferente a persona.

                                                                                                                           Palpita sensor.

Imagen: Juan Menéndez.