No estaría bien que gustándome tanto algunos pájaros no os hablase del gorrión y de su signo, es decir, de El signo del gorrión. No estaría bien. No, no lo estaría.

 

 

img_0568-e1371767506727

 

 

Hace mucho tiempo, cuando yo era una niña-niña, pero con melena igual que ahora, veía en casa de mi tío a algunos de los autores que escribieron en esta única y singular revista. Siempre me parecieron raros por barbudos y melenudos, y cuando me veía corretear, por ejemplo, alguien como Miguel Casado, uno que dice que «la palabra sabe», le preguntaba a mi tío, Javier Martín: “¿Es esta chiquiteja tu sobrina, la que baila tan magnífico?”. A lo que él respondía: “Sí, ésta es; la hija de Mari, mi hermana mayor”.

Treinta y cinco años después, y también en la provincia de Valladolid, el mismo Miguel, pero en la presentación de un libro, me preguntó: “¿Qué has hecho con la danza que tenías?”. Y ahí se detonó todo otra vez. Brotó salvaje, indómito, y ya no lo pude volver a contener. Aquella pregunta y su mirada hundieron profundo el estoque en un corazón que ya había regresado hacía mucho de un supuesto olvido… sólo supuesto.

Esa revista está ahora entera en mi casa, yace desnuda y alargada, como una delicada bailarina de porcelana. Está acostada en una estantería de madera; donde vivo hay mucha madera, calor; el metal se usa y luego se guarda. En León me la entregó completa Ildefonso Rodríguez, un gran poeta, cincuentón de traje, sombrero y atractivo(s). Quien es capaz de escribir Coplas del amo y a la vez tocar el saxo como él lo hace no necesita mucho para vivir. Así lo veo yo. Ser de carácter, de prontos y encantos que de repente te puede soltar: “Con mi dolor, sea el que sea y venga de donde venga, he de hacer yo lo que me dé la real gana. Para eso es mi dolor, yo lo organizo, yo lo gestiono. Es mío. ¿Qué es lo que no se entiende de lo que digo?”.

Los tres que allí estábamos en torno a él enmudecimos. No sé si puse cara de comprender, pero por dentro, desde mi escrupuloso silencio, asentí, porque sé que llega un momento en la vida en que hay que hacer lo mismo. Exactamente lo mismo. Y quien no lo vea así, seguro que vivirá siempre feliz, pero siendo un grandísimo cretino.

De forma que el gorrión y su signo están conmigo, y también cerca de mi tío, el autor de la pintura y la escultura de Memoria del Campo Grande, ahora, para mi desgracia, un tanto perdido. Una pintura de color evocador de enorme finura en su opacidad para llegar a la idea de familia, ésa que se siente unida pese a todo cuando un niño como niño mira hacia tu arriba. Javier Martín Cazurro es escapista, y yo igual que él. Me lo dijo en secreto siendo yo todavía una chiquitilla, cuando al verano llegaba a su estudio de Corcos del Valle y me preguntaba: “¿Qué tal ha ido este año el examen de ballet?

 

 

 

 

Martín Cazurro II