Blog de danza y otras cosas de Yolanda Vázquez

Categoría: CNV / CV

Dorotea enrojecida

Invariablemente desde que existo, me sucede que cuando camino junto a alguien, hombre o mujer, siempre me rebasa; como si nada, me adelanta con la zancada más fuerte, más larga. No se dan cuenta de que soy pequeña, muñeca de corazón caliente, y sin querer me dejan sola detrás, esperando impacientes a que llegue a su lado, porque eso es lo que de mí se espera; que llegue pronta, que llegue y que no haga sopas.

–¡No tardes tanto, nena, anda más deprisa! –me llevan repitiendo toda la vida.

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Dos personas que abrochan

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He de trasladaros la historia de estos dos: la que vivieron mientras (les) duró la danza. O sea, mucho. Una relación que los elevó al Olimpo, cierto, y gracias a la cual se dieron cuenta de lo que realmente fueron capaces de hacer el uno por el otro; el poder de su eclipse todavía sigue siendo un reflejo. No quiero pasar sin hacerlo. Y creo que tampoco debo. Sigo su ejemplo, ellos quisieron y se abrocharon.

 

Nunca estuvo muy claro; mejor dicho, nunca quedó claro si entre Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn hubo un romance. Pero lo hubo. Eso es seguro. Y no fue un romance cualquiera, porque sucedió lo extraordinario. Fue la mejor relación posible de las que podían darse entre una persona como ella, que a sus 43 años estaba a punto de retirarse, y un joven que había desertado y pedido asilo político en el París de 1961, en plena Guerra Fría, para no volver a la Unión Soviética de Nikita Kruschev, un régimen que ordenó su asesinato poco después, según se supo años más tarde al abrirse los archivos secretos del KGB. Una coreografía, Romeo y Julieta, y el Royal Ballet de Londres hicieron el resto.

Sucintamente diremos, para contar un poco cómo eran ambos, que Nureyev fue hombre de locuras temperamentales, de arrebatos sin venir a cuento, de lío interior, de miedos. Un hombre difícil; mucho, con querencia por el riesgo y la excentricidad. Y todo ello siempre acompañado por la zozobra que le producía el conflicto personal causado por su orientación sexual, alimentada, además, por su promiscuidad y su mal genio. Un ser tremendo. Igual que su talento. Tártaro.

En cuanto a Margot Fonteyn, gran dama del clásico en el XX, era personalísima en la interpretación del ballet, tanto que “tenía la cualidad de hacerle a uno querer llorar”, dijo de ella su primer partenaire, Robert Helpman. Tuvo rendidos a sus pies a coreógrafos como Frederic Ashton, que creó sólo para ella varias obras, convirtiéndola en su musa durante 25 años. Una mujer dulce y delicada, pero con firmeza y sensibilidad; el binomio perfecto para la poética gestual y el movimiento interpretativo.

 

 

_47690723_ballet(Imagen: http://news.bbc.co.uk/2/hi/in_depth/8637041.stm)

 

 

Cuando ellos dos bailaban se producía transferencia emocional. Era tal el efecto que causaban en el público internacional, que a menudo no podían abandonar la escena antes de saludar una docena de veces. O incluso cuarenta, como ocurrió en una ocasión. Fue tras su Romeo y Julieta en Viena.

Números y éxtasis al margen, la realidad era la que era: ellos vivieron un romance dentro y fuera de escena que les duró más de una década; y eso a pesar de que los dos tenían familia y pareja. No pudieron desprenderse de ello, no querían y tampoco sabían cómo hacerlo. (Para quien expresa con el cuerpo impostar es muy difícil. Casi imposible) Ella fue amante, consuelo y compañera; él, fragor, contrapunto y preocupación. Su fidelidad resistió el paso del tiempo, aunque Fonteyn tenía 19 años más que Nureyev. Margot halló en Rudi un mundo de desasosiego y dolor que supo templar, instruyéndole para que la danza creciera en él como una forma de felicidad consistente en entregar sentimientos a los demás. Y él, atribulado, perdido y huraño, se dejó hacer porque encontró lo que tanto ansiaba, exigencia y bálsamo, tranquilidad y nervio maduro, en alguien que entendió sus extravagancias y supo darles valor de equivalencia dentro y fuera de su persona para que no se desbocaran. Eso hizo fluir su talento sin miedo, sin postura; solo talento, desnudo. (Nureyev alcanzó a ser Nureyev gracias a ella).

Y todo ello, sin querer y con naturalidad, salía a flote cuando bailaban. Sus ensayos estaban envueltos en un silencio casi sepulcral; rodeados de frío, desprendían un calor insoportable. Las miradas sobre ellos eran fijas, igual que su aura no verbal, que casi se podía tocar. Generaciones enteras de bailarines y bailarinas se marchitaron entre bastidores y desistieron de alcanzar algún papel protagonista mientras aquellos dos fueran como uno en la danza. Pura transferencia.

“No tengo ni la más mínima duda de que Nureyev fue el gran amor de su vida”, dijo, años después, Tony Palmer, el director del programa de televisión en el que Fonteyn habló de su carrera. Nureyev murió de sida en 1993, en París, y conmocionó al mundo con su decisión de no tratar la enfermedad. Sabiéndose moribundo, siguió apareciendo en público, pese a su profunda degradación física. Antes de morir, el bailarín dijo en una entrevista que sólo había amado a tres personas en su vida: dos hombres y una mujer. Ella, la mujer, Margot Fonteyn, había muerto sola en Panamá dos años antes.

 

 

Margo Fontayn. Del albúm Ballet. de Art. Facebook. Organización sin ánimo de lucro.Dentro de ella está él.

(Imagen: Art of Facebook. Organización sin ánimo de lucro).

En youtube desde el 3/01/12. Danaekleida. Extracto del documental sobre la vida de Nureyev que realizó la BBC en 2007.

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